Es curioso que la palabra cruda o perturbadora, el desmadre, la verdad engalanada con huifas insertas en perfecta gramática castellana, sean las únicas capaces de llamar la atención en días de decadencia y poca plata. Como nos da flojera decir lo mismo con una arquitectura diferente, vamos a decir lo mismo tal como lo escribió Cristián Warnken en su blog hace un par de días en El Mercurio. Lo conocí personalmente en los talleres de poesía y algunos episodios de su programa que fueron realizados en el Hospital Padre Hurtado para pacientes y personal, a instancias del Dr. Ernesto Behnke. Tan interesante como la opinión de Cristián, son los comentarios que en un número récord, levantaron o aplastaron los gritos de alguien de quien sólo escucharon belleza, poesía, y pensamientos extraordinarios.
Uno se queda con la impresión de que tales sujetos no tuvieran el derecho a hablar sin prejuicios acerca de la derecha, la DC y la «izquierda» juntas y de la flojera o franca incompetencia de nuestras instituciones primarias. Con qué derecho alguien puede prohibirle a otro proclamar su verdad, si ésta es diseminada con respeto y ánimos amables? ¿Qué le parece a Ud? ¿No tiene esa sensación de que se acabaron las personas representativas para ocupar puestos de alta investidura? Nadie debiera interpretar esto como un clamor por genios extraviados, intelectuales esquizofrénicos ni escritores depresivos. Ellos suelen estar donde deben.
¿Quedará alguien común y corriente, lo suficientemente generoso, relativamente competente y de conducta reprochable pero no tanto? Y un periodismo con periodistas más lúcidos, que prefieran la simple verdad por sobre el éxito y la fama y esa costumbre de hacernos creer que ellos sí son íntegros, perfectos y que jamás se han jodido su moral alguna noche de verano. Por favor. Google (en modo sin restricciones) y 2 bases de «big data» sirven hoy para conocer a una persona en 5 minutos. Mientras sigamos escuchando discursos intolerantes en los extremos del quehacer humano, mantendremos lejos de municipalidades, ministerios, intendencias y el parlamento a las personas que necesitamos. Quizás ese sea precisamente el plan.
Don Cristián, adelante, estas páginas son tan suyas como de todos:
La izquierda ha demostrado en estos meses de gobierno una incompetencia rayana en un gag de los «Tres Chiflados». No vale la pena ahondar en ello, se ha vertido suficiente tinta y los humoristas han recibido material gratis para elaborar chistes hasta el 2050. La izquierda, que se arroga a sí misma -y en algunos aspectos tiene- una autoridad moral e intelectual mayor que la de la derecha, es mala para administrar, desprolija, despelotada. Siempre lo ha sido.
En términos de robo, claro está, no alcanza la dimensión del descaro kirchnerista en Argentina. Los corruptos de la izquierda son más bien rapiñeros de poca monta, más cercanos al «robo hormiga» de sobrevivencia que al desfalco de gran proporción. Pero habrá que esperar los resultados de investigaciones judiciales en curso para saber el tamaño de la avidez inédita de algunos de los líderes «jóvenes» de ese sector. Pero igual muchos sacan su «tajadita» y no es inusual ver a militantes de partidos asumiendo cargos en los que no tienen competencias necesarias. Son los «chantas «con los que el país se ha acostumbrado a convivir y a los que en reiteradas ocasiones les hemos dado el voto con la esperanza (casi siempre defraudada) de que podían mejorar. También, por supuesto, hay militantes y funcionarios de gobierno de izquierda de sobrados méritos, técnicos idealistas y muy competentes, pero su aporte se ve ensombrecido por la tendencia atávica de la mayoría de los burócratas de sus filas a la improvisación y la desidia. ¿Por qué nuestra izquierda ha sido y sigue siendo así? Tarea para algún sociólogo o psicoanalista social lúcido.
¿Y la derecha? La derecha es más prolija, mejor gestora, su pragmatismo y experiencia, que viene desde el mundo de la empresa, le ha dado una mejor capacidad para encarnar sus «ideas» (las pocas que tiene), pero hay un gran problema de fondo: su alma más profunda ha sido cooptada por el amor al dinero, el lucro, el dogmatismo economicista. E ignora y desprecia la cultura y el pensamiento, los que le interesan solo como maquillaje u adorno. «Desprecia cuanto ignora» -como decía Machado-. Cree que un país solo se hace con «lucas» y gestión. Esta derecha del siglo XXI es ignorante como no lo había sido la élite del siglo XIX. No tiene visión, sueños ni valores, aunque cacaree sobre ellos. Su beatería patológica no tiene nada que ver con una verdadera búsqueda espiritual. Ellos no creen en Dios, creen en los curas -como Portales-. Siéntese en un matrimonio cualquiera a conversar con ellos y sentirá el vacío, la falta de profundidad, la ramplonería de sus conspicuos líderes. Y sus varas morales han descendido al mínimo de la colusión miserable y el robo al fisco. Su último presidente en ejercicio fue el que dijo que la «educación era un bien de consumo». Un hombre sagaz para la especulación financiera, pero no para la especulación política ni menos intelectual. ¿Eso es todo lo que tenemos? No diré nada de la Democracia Cristiana, ellos son OPNIS (objetos políticos no identificados) que merecerían una columna aparte y no tienen hoy ningún peso político propio. Con esta izquierda y derecha no llegamos a ninguna parte. Y en los márgenes del espectro político (salvo muy contadas excepciones) no se ve mucho de valor, nada que lo haga a uno levantarse en una mañana de un día de elecciones a ir a votar. ¿Pesimismo el mío? ¿Me he vuelto anarquista acaso? No. Amo a Chile profundamente y sé que esto suena a patrioterismo barato. Pero es así. Siempre los amores nos llevan a decir «clisés». Chile es un paraíso («dulce patria») administrado por una derecha y una izquierda decadentes. Y cuando uno ve lo que ama en tan malas manos, hay solo dos opciones: o llorar o gritar. Hoy día me levanté con ganas de gritar. Quizás porque estoy leyendo demasiado los diarios. Pido disculpas si ofendí gratuitamente a alguien que se sintiera aludido por estas divagaciones. Fueron dichas «con todo respeto» desde
Cristián Warnken